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Me levanto cada mañana con una sensación de incertidumbre, atrapado entre dos mundos: uno de sombras y pesimismo, y otro de una energía desbordante y preocupaciones sin sentido. Vivir con bipolaridad no es fácil, y menos aún tratar de ser un ciudadano “normal” en un mundo que no comprende mi lucha interna.

En mis días más oscuros, me siento como si una nube gris me envolviera, impidiéndome ver más allá de mi propia tristeza. Cada tarea cotidiana se convierte en un desafío monumental, y mi mente se llena de pensamientos negativos que me arrastran a un abismo sin fondo. Nada parece tener sentido, y mi pesimismo me mantiene atrapado en una espiral descendente.

Sin embargo, de vez en cuando, la niebla se despeja y una energía inusual toma el control. Durante estos episodios de manía, me siento invencible, lleno de ideas y proyectos que parecen urgentes y vitales. Me preocupo por todo y por todos, intentando controlar cada aspecto de mi vida y de quienes me rodean. Pero estas preocupaciones, aunque parecen importantes en el momento, carecen de sentido y solo me llevan a un agotamiento extremo.

Con el tiempo, he comenzado a buscar formas de equilibrar estos extremos. Descubrí que la observación de mis emociones es una herramienta poderosa. Empecé a practicar la meditación y el mindfulness, aprendiendo a observar mis pensamientos sin juzgarlos. Me di cuenta de que no tenía que reaccionar inmediatamente a cada emoción o pensamiento que surgía en mi mente. Puedo elegir mis reacciones y optar por respuestas menos alteradas.

Una tarde, mientras caminaba por el parque, tuve una revelación. Observando cómo las hojas caían de los árboles, me di cuenta de que la naturaleza seguía su curso sin preocuparse por el mañana. Entendí que preocuparme excesivamente no tenía sentido, que intentar controlar todo era una necedad. La vida, al igual que las hojas, debe fluir de manera natural.

A partir de entonces, adopté una actitud de gratitud. Comencé a agradecer por las pequeñas cosas: el canto de los pájaros, el aroma del café recién hecho, la sonrisa de un desconocido. Este cambio de perspectiva alivianó mi carga emocional y me permitió encontrar momentos de paz en medio del caos.

Cada vez que siento la presión de controlar todo, me recuerdo a mí mismo que la vida no necesita ser controlada, solo vivida. Dejo de preocuparme por planes grandiosos y comienzo a disfrutar del presente, encontrando libertad en la aceptación y la gratitud.

Así, he aprendido a navegar por los altibajos de mi bipolaridad, encontrando en la observación de mis emociones y en la gratitud una manera de escapar de la necedad de controlar lo incontrolable. Mi vida no es perfecta, pero he encontrado una manera de vivir con sentido, dejando que cada día fluya como las hojas en el viento.