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Desde mi adolescencia, el cannabis se convirtió en una constante en mi vida. Llegó como un visitante silencioso en medio del caos de un hogar quebrantado, llenando vacíos que ni siquiera sabía que existían hasta que sentí la calma que traía su presencia. Me acompañó en momentos de soledad y se convirtió en mi refugio, mi forma de evadir la realidad que muchas veces parecía demasiado dura para enfrentar.

Con el tiempo, consumir se transformó en mi normalidad. Llegué a un punto donde no recordaba la última vez que había estado completamente sobrio. Sentía una neblina constante en mi mente; estar lúcido se convirtió en algo desconocido y, sinceramente, aterrador. El miedo a encontrarme fuera de control, a enfrentar mis verdaderos sentimientos y pensamientos sin el velo del humo, era abrumador.

Pero incluso en los momentos más difíciles, un par de neuronas resilientes dentro de mí clamaban por atención, sugiriendo que quizás había otra manera de vivir. El cannabis, aunque inicialmente un salvavidas, comenzó a sentirse como una cadena que limitaba mi verdadera experiencia de vida.

Reconocer que no podía parar fue devastador. Me enfrenté a la dura verdad de que dependía de algo externo para sentirme en paz. Sin embargo, esta admisión fue también el primer paso hacia mi recuperación. No sabía si podría dejarlo completamente, pero comencé estableciendo un horario, extendiendo gradualmente los períodos en los que permanecía sobrio. Empecé a llenar estos espacios con ejercicios de respiración y terapias de agradecimiento.

Mis terapias me enseñaron a estar agradecido, no solo por los buenos momentos, sino también por los desafíos, porque cada uno de ellos es parte de lo que soy. Aprendí a vivir en el presente, aceptando cada experiencia como una oportunidad para crecer. Agradecer a Dios se convirtió en una práctica diaria que me calmaba y me devolvía a un centro de serenidad y aceptación.

Aún estoy en este viaje, navegando entre claros y nebulosas, pero cada día me siento un poco más firme en mi camino hacia una vida en la que puedo vivir plenamente, en cada respiración, cada momento, con o sin cannabis. La libertad real, he descubierto, no viene de la ausencia de problemas, sino de la capacidad de enfrentarlos con el corazón abierto y una mente clara.