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Me levanto cada mañana con una sensación de inquietud, atrapada en un torbellino emocional que parece no tener fin. Vivir con trastorno límite de la personalidad (borderline) no es fácil, y menos aún tratar de mantener una vida laboral estable en un mundo que no comprende mi lucha interna.

En mis días más difíciles, me siento como si una tormenta interna me consumiera, reaccionando de manera desproporcionada a situaciones que ni siquiera comprendo por completo. Cada interacción, cada gesto, cada palabra, puede desencadenar una avalancha de emociones intensas que me deja exhausta y confundida. Esta constante montaña rusa emocional me costó mi trabajo; una sobre reacción en un momento crítico llevó a mi despido. Nada parece tener sentido, y mi mundo emocional se vuelve un caos incontrolable.

Después de perder mi empleo, supe que necesitaba encontrar una forma de manejar mejor mis emociones. Empecé a interesarme en ejercicios mentales y físicos que me permitieran encontrar un equilibrio. La meditación y el mindfulness se convirtieron en mis aliados, ayudándome a observar mis emociones sin dejarme llevar por ellas. Aprendí que no tenía que reaccionar inmediatamente a cada sentimiento o pensamiento que surgía en mi mente. Podía elegir mis respuestas y optar por acciones más calmadas.

Un día, mientras caminaba por el parque de mi ciudad, tuve una revelación. Observando cómo las hojas caían de los árboles y el sol brillaba entre las ramas, comprendí que la vida debía fluir de manera natural, sin forzar nada. Entendí que intentar controlar mis emociones intensas era una tarea imposible y que dejarme llevar por ellas solo me dañaba. Me di cuenta de que preocuparme excesivamente por cada detalle no tenía sentido, que intentar controlar todo era una necedad.

Decidí dejar de lado mi teléfono y las obsesiones autoimpuestas que solo añadían más estrés a mi vida. Empecé a disfrutar de las pequeñas cosas: el canto de los pájaros, el aroma del café en una cafetería cercana, la sonrisa de un desconocido. Adopté una actitud de gratitud, agradeciendo por cada momento de paz y claridad que encontraba en mi día a día.

Cada vez que siento la presión de controlar mis emociones, me recuerdo a mí misma que la vida no necesita ser controlada, solo vivida. Dejo de preocuparme por planes grandiosos y comienzo a buscar empleo sin la presión de tener que demostrar mi valía constantemente. Empiezo a disfrutar del proceso, aprendiendo de cada experiencia y aceptando que cometer errores es parte del camino.

Así, he aprendido a navegar por los altibajos de mi trastorno borderline, encontrando en la observación de mis emociones y en la gratitud una manera de escapar de la necedad de controlar lo incontrolable. Mi vida no es perfecta, pero he encontrado una manera de vivir con sentido, dejando que cada día fluya como las hojas en el viento, y enfrentando el futuro con una calma y una confianza recién descubiertas.

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